Juan Luis Landaeta: “estamos hechos de lo que recordamos y de lo que olvidamos» | Entrevista | Por Harry Almela

(alta) Retrato Juan Luis Landaeta por Romina Hendlin-3
Fotografía de Romina Hendlin

El último proyecto o la fértil miseria de Harry Almela 

Introducir a un proyecto de libro que apenas comenzó a fraguarse y quedó inconcluso debido a la desaparición física de su autor, sugiere pensar en un texto de epitafio. Sin embargo, si consideramos que la idea, la pre-ocupación y la proyección de tal libro provienen de un poeta, ensayista y editor del talante de Harry Almela (Caracas, 1952 – Mariara, 2017), autor de una nutrida y cualitativa obra literaria, entonces, podríamos ya discurrir sobre una nueva obra.

Un concepto artístico bien elaborado es per se una obra de arte: Escribe el pintor austríaco-alemán Adolf Hölzel cuya Composición en rojo (1905) marcó el comienzo de la abstracción, cuatro años antes de que se conociera la Primera acuarela abstracta (1910) de Wassily Kandinsky. Adolf Hölzel se desempeñó como profesor en la Real Academia de Arte de Stuttgart donde concibió una metodología didáctica que resultó tan programática para el desarrollo del Modernismo en Alemania como la del movimiento del Blaue Reiter de Múnich. Según Hölzel el oficio artístico consiste en un arduo ejercicio (físico y meditativo) que requiere del profundo conocimiento de los elementos artísticos (color, forma y distribución espacial) y no excluye el elemento epifánico.  

Harry Almela concibe su proyecto de libro sobre el tema del exilio a partir del arquetipo de Odiseo: el exilio es la condición natural de todo escritor. Esta máxima de la que emerge su propia obra y coraje poético, su llamada fértil miseria, sostiene y denuncia su aguda reflexión sobre la pérdida (del país) que disloca y da lugar a la obra, al mismo tiempo, en términos de epifanía. En analogía con Edmond Jabès que hizo del libro un lugar para decir con muchas voces, Almela arma esta obra con testimonios de escritores venezolanos que ahora viven en el extranjero.

La entrevista al poeta y artista plástico Juan Luis Landaeta, la primera y única realizada por Harry Almela para este proyecto que inició en agosto de 2017, demuestra la clara estructura de su proyecto. Mediante sus “preguntas sencillas” Almela es capaz de remover y recrear la infinita y compleja trama del ser humano en relación a su entorno. La cita elegida por él para titular esta entrevista «regresar a Venezuela sería como ir a visitar un cementerio» (título original) subraya su brillantez y sentido del humor. Imposible no pensar en Le Cimetière marin (1920) de Paul Valéry, en su técnica de variación sobre un mismo tema como ejercicio creativo. En el caso de Landaeta, la variación de la trama humana se traduce en trazos y colores de su Jardín Desierto.

 

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Juan Luis Landaeta, “estamos hechos de lo que recordamos y de lo que olvidamos”

Harry Almela

Edmond Jabès elogiaba el exilio en su obra porque la no-pertenencia le permitía hallarse, aceptarse y habitar en la escritura. Siempre he creído que el exilio es la condición natural de todo escritor. Sin embargo, qué pasa con ese escritor cuando abandona su sitio de origen y se encuentra en lo desconocido y además escribe desde esa condición. Para conocer más sobre este tema elaboré un cuestionario, preguntas sencillas que permitirán a los escritores venezolanos que ahora viven en otras latitudes explicar qué significa perder el país.

En esta oportunidad entrevisto a Juan Luis Landaeta (Caracas, 1988), poeta y artista plástico que vive en Nueva York desde hace 4 años. Autor  del libro Litoral central (Sudaquia Editores, 2015), La conocida herencia de las formas (Editorial Ígneo, 2016) obra que recibió  una mención especial en el I Premio Nacional de Poesía Eugenio Montejo (2011) y recientemente publicó Cercano alrededor, libro que compila dibujos y manuscritos que forman parte de su obra plástica Jardín Desierto.

Cómo te fuiste

Yo salí de Venezuela un 31 de agosto de 2013, muy emocionado y profundamente desesperado. El 07 de mayo de ese mismo año, había recibido la carta de aceptación con una beca, para cursar un MFA, Master in Fine Arts en NYU, se trataba del programa de Escritura Creativa en Español, que completé en mayo de 2015, dos años después. Ese programa, que recién cumplió 10 años de fundado, fue el primero en crearse con esas características en Estados Unidos. Una maravilla para un escritor. Un mes antes de la aceptación, el 01 de abril, un lunes después de semana santa, mi vida había cambiado por completo. La vida, cuya realidad tiende a ser más sorprendente que la ficción, hizo que yo creciera después de los 10 años, con dos madres. A una de ellas, ese primero de abril, la terminó de noquear un cáncer muy violento, veloz, evidentemente trágico.

Tristemente, a su muerte le sucedieron una serie de hechos y actitudes dignas de toda la miseria a la que solo los seres humanos tenemos acceso. La verdad es que no era un buen momento, ni podía serlo. Hablo del “cómo me fui” en estos términos, porque toda esa circunstancia, esa soledad intempestiva, rodearon mucho mi estado previo a venirme a Nueva York. Yo había aplicado el 04 de enero de ese mismo año, sin siquiera sospechar que tal acto podía, de veras, devenir no digamos en una admisión, sino en que yo, que nunca había salido de Venezuela, me fuera a vivir a Nueva York. Bueno, ya son 4 años desde entonces, aquí estoy, contando esto en un día típico de invierno, a las 4 de la tarde, a punto de oscurecer por completo.

 Por qué te fuiste

Yo sentía por esas aplicaciones a universidades en Estados Unidos lo mismo que podían sentir las personas antes del alunizaje. Yo hice todos esos cursos que hay que hacer, busqué en Internet, vi esas fotos, pero para mí todo eso no era solo ajeno, sino remotísimo. Para alguien cuya realidad siempre había sido tan local, tan “nacional”, pensar en esas posibilidades era una mezcla inclusive de inocencia e intuición. Te diría, que prácticamente, seguí la corriente de las personas que me lo recomendaron y ya.

Me había graduado de abogado, el país estaba en esos meses de suspenso en los que Chávez era un silencio con forma de ministros que mienten… No era demasiado difícil suponer que una realidad mejor o más acogedora pudiera estar cerca o ser posible. En la casa, la enfermedad de Blanca ya me generaba una ansiedad y un terror patentes: su sufrimiento era también el mío. Cuando empecé el proceso ya estábamos al tanto de su condición, así que todo eso estaba junto: cursos de inglés, GRE, TOEFL y la nunca amable quimioterapia.

Cómo llegaste

Con calor. La primera e inusitada impresión de Nueva York era que estaba haciendo calor. Como si el verano no existiera, o el invierno fuera eterno. Llegué a casa de la prima de mi amiga Carlota Agreda, que me recibió sin conocerme. Al calor le deberíamos sumar una comodidad tan repentina, que era casi irresponsable. Me sentía “como si siempre” y eran demasiadas cosas nuevas: país, documentos, idioma, cultura, direcciones, larguísimo etcétera. Nada de eso influyó. Nunca tuve miedo ni desánimo. Lo único que concluyo de todas esas cosas que suelen rodear a “la partida del terruño” es que de verdad, no me importan. El entusiasmo y la adrenalina siguen allí, intactos.

Cómo te sientes afectivamente y profesionalmente

Esta ciudad es rarísima. Yo sé que huele demasiado a lugar común, pero lo es. Nueva York, como otras grandes ciudades del mundo, vive con el peso de ser potencialmente una estampa. Uno puede estar en el medio de una postal todo el tiempo. Por todas las relevancias que tuvo y tiene, pero además por lo hiper reproducida que está en películas, fotos, escenas. Me parece que el primer tiempo que uno pasa en la ciudad (para algunos ese primer tiempo dura semanas, para otros un año, para otros una ausencia laxa) está vinculado con romper o corroborar que la ciudad no es una fotografía. Tiene todo lo que cualquier ciudad tiene, con la profunda peculiaridad de que contiene a muchísimas ciudades en sí.

Yo creo que una ciudad se “siente” o se percibe en realidad, por medio del hastío. El día que uno se encuentra aburrido o fastidiado.  Mucha gente cree que vivir en esta ciudad versa de lanzarse cocteles de adrenalina y euforia todo el tiempo. Eso pasa con alguien que va gritando en éxtasis, saliéndose de la ventana de un taxi, o cosas por el estilo. Yo todavía me siento muy sorprendido de despertar aquí. De que el subway sea mi “metro”. Yo me siento muy bien aquí, la ciudad tiene algo adictivo: su inmediatez. Uno pasa de leer un libro de un autor en una biblioteca a descubrir que el propio autor estará esta noche en tal lado.

Uno llega a sumergirse en una ciudad en la que lo propio es no ser de aquí. Y hacer suyo el patio. En cuanto a que sea “el mejor lugar para estar” la verdad es que no lo sé, porque no sé si ese sitio existe. Creo que el mejor lugar para estar es algo que opera por descarte. Hay cosas que no funcionan, se suman y uno decide irse, moverse. Lo mismo en sentido contrario. Yo me siento muy bien aquí y creo que lo que ha pasado, lo que he vivido, descubierto y hecho, no ha encontrado en los “vicios” de esta ciudad un impedimento. Todo lo contrario. Sin dudas ha sido propicio. Pero bueno, honestamente, visto en retrospectiva, todo calza cuando está hecho. ¿Qué se yo de lo que habría pasado en otro sitio? Eso es como preguntarse todo el tiempo por otras vidas. Uno es, sin duda, todas las vidas que no vivió.

Cómo presientes el entorno nativo

Bueno, aquí cabe destacar una realidad que empieza con un privilegio enorme: yo llegué a esta ciudad a estudiar algo que amo, rodeado de gente que admiro y aprecio, en una universidad con unas condiciones casi únicas. Naturalmente, se trata de un entorno propicio. Sin ser una burbuja, porque para eso uno tiene ojos y piel, llegar en esas circunstancias contrasta con los miles de arribos de los que uno después tiene noticias. A esta ciudad llega gente de todos los países del mundo, inclusive de países que ya no existen cuando el individuo en cuestión aterriza o ameriza aquí. De allí se va creando un círculo instantáneo con compañeros, amigos y colegas. Claramente llega el día en que sientes que perteneces a este caos y que ese caos te refleja un poco a ti, también. Claramente Nueva York, es un ambiente anti-Trump, es casi unánime el rechazo a él y las políticas, esa incómoda manera de vivir que él propone o intenta proponer. Siempre hay alguna escena molesta, más o menos ridícula y generalmente rociada en alcohol, pero estaría mintiendo y cumpliendo con una imagen que no atiende a mi realidad, si dijera que he sentido discriminación. Estoy muy consciente de lo que estoy diciendo y la verdad es esa. Creo que si me moviera un poco hacia otros lados de la brújula de Estados Unidos, estaría dando un testimonio distinto.

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En tu proceso de adaptación has sentido rechazo

Como comentaba más arriba, la respuesta es que no. Ahora bien, por la experiencia que tengo, por lo que visto, hay muchos componentes en eso del “rechazo” y la adaptación. Por ejemplo, se suele entender que el asunto principal de supervivencia (carajo, más allá de lo evidente) en esta ciudad es el dinero. Es verdad, es carísima. Pero también hay gente con muchos o todos los recursos que viene y no la soporta. El clima, los codazos, lo que sea. La soledad es algo que mucha gente denuncia también. Lo que quiero decir es que como todo en la vida y en la trama compleja de los seres humanos, hay un montón de enemigos a vencer que no viven en Broadway sino en el espejo. A mucha gente le jode pasar de tener un “status” social, económico, profesional en sus países y venirse a ser uno más en la acera. Todavía si eres multimillonario, famosísimo o lo que sea, eres “uno más” de esa categoría, aquí. A mí eso me encanta. Por decir algo, yo nunca había vivido un invierno y eso no fue nunca un problema. Mira, con lo que yo he visto y vivido, tengo muy claro de verdad qué es un problema y la nieve no está en esa lista. Yo creo que todo lo que uno ve, goza, enfrenta, todo lo que nos confunde o aturde, pasa para algo. Allí está el arte, por ejemplo. La energía que convierte unas cosas en otras. Yo creo en eso.

Cómo ha influido este cambio de espacio en tu vida

Bueno, yo creo que todo lo que nos pasa nos compone. No hay que ser muy listo para reconocer que estamos hechos de lo que recordamos (o creemos recordar) y de lo que olvidamos o creemos olvidar. Creo que nada de lo que pasa en mi vida, o en la vida en general, nos deja intactos. La fisura abre la grieta y también sirve para respirar. Evidentemente, Nueva York no solo es la ciudad a la que me vine, sino en la que he estado. Los libros Litoral central y La conocida herencia de las formas fueron publicados primero en Estados Unidos. Los presenté aquí en la ciudad, los terminé aquí en la ciudad y en ambos casos, la escritura empezó en Caracas. Luego, los inéditos El hijo único y Osamenta, fueron escritos enteramente aquí. Estando aquí profundicé mi exploración plástica con los dibujos y la pintura, en mayo hice mi primera exposición individual Jardín Desierto y casi al mismo tiempo, estaba sonando la letra de “Soy lo que decido” un tema que compuse junto a mi querida Linda Briceño, con quien he adelantado un trabajo intenso de composición de canciones y letras. Aquí entré en contacto con un mundo entero que sin más, es hoy mi mundo. Es claro que Nueva York ha influido en todo lo que he hecho, pero estoy seguro que estando en Beirut también habría pasado cualquier otra cosa. La ciudad se escribe sola.

Qué piensas hacer

Tomorrow Never Knows, dice la canción. Ahora mismo estamos produciendo un documental sobre el cuatro desde Nueva York con un equipazo junto al crack Jorge Glem, estoy terminando un libro que escribí junto a Gerardo Guarache sobre los 10 años de la plataforma musical Guataca, estoy escribiendo un libro de crónicas que se han ido sumando durante este tiempo en la ciudad, pintando, dibujando… ¿Sabes que estoy haciendo de verdad? Yo escribo todo a mano. Tengo unas libretas enormes desde 2015, casi sin tocar. Las he estado transcribiendo y es allí donde está lo que va a pasar, o lo que puede pasar. Una vez más, el futuro está en el pasado. Ahora, sin necedades: haré otra exposición de las obras y seguro publicaré alguno de los libros inéditos. Yo hago siempre lo mismo, esa es la verdad.

En algún momento piensas regresar

Yo, a veces siento que regresar a Venezuela sería como ir a visitar un cementerio. Hay demasiados sitios y gente que ya no existen. Sitios emocionales y afectivos, todos. Yo no soy nostálgico, no creo que todo tiempo pasado fue mejor y tampoco creo que las cosas deberían volver a ser “como fueron”. Tengo una relación pacífica con la muerte y con lo que muere. Mi padre murió cuando yo tenía 15 años, me tocó sentir y reflexionar sobre esas cosas desde muy joven. Me llama la atención, por ejemplo, saber de la gente que está aquí y cada tanto vuelve a su casa, a su cuarto, a sus cosas. Yo perdí todo lo que tenía allá. De hecho, todavía estando en Venezuela, llegó un momento en el que ya no pude volver a donde vivía. Un ejemplo nítido: mi biblioteca. Esa biblioteca, que para mí es mi casa, no existe más o tengo negado su acceso. De nuevo, constantemente pienso que volver sería reencontrarme con nada.

Por un lado digo y siento esas cosas, pero por el otro, hay días en que me despierto entre asombrado y confundido de tener ya 4 años sin oler el Parque Henri Pittier, sin caminar por ciertas calles. Google Earth es un aliado imprescindible en esos anhelos. Hace poco estuve buscando fotos del emblemático Hotel Maracay y estuve viéndolo, recordando cosas…. Desde que me vine estoy más o menos obsesionado con estudiar la historia de mi país, procurando entender. Para mí es indiscutible que volveré, no tengo ni siquiera que argumentarlo. Es un sitio al que vuelvo con mi dicción, mi idioma, mi acento, cada vez que hablo. Yo no me fui escapando ni tenía previsto hacerlo, más allá de la tremenda coyuntura política y social que se acercaba. Yo siento que prácticamente solo “asentí” ante algo imprevisto y claramente estimulante. Ese soy yo frente a las cosas más sórdidas, placenteras o doloras que me han pasado.

Mi relación con el arte es mi forma de estar con el mundo. Una de las experiencias más fértiles que he tenido, es ver a Venezuela, a través de su gente, en la distancia. No hay “un tipo” de compatriota. Hay tantos como personas pueda haber. La democracia es una reflexión honda sobre la convivencia de los plurales, no de los iguales. Eso lo vi con el periodo de protestas, por ejemplo. Me parecía evidente que era imposible contener tantas voluntades en una sola “manifestación de voluntad” más allá de la defensa de la libertad, que creo que es indiscutible. Pero allí vimos a muchos países dentro de nuestro país. Venezuela es muchísimo más que Caracas. La consciencia de las regiones, para mí, viene a representar la consciencia de lo distintos que somos y cómo se ha intentado anular esa visión más amplia.

Si algo ha pasado en estos años es la reflexión sobre lo que significa o pueda significar ser venezolano, latinoamericano o lo que sea. Fíjate, la primera pluralidad que experimenté al llegar a Nueva York, fue la del idioma. No existe “el castellano”. En la maestría escuché, leí, conviví, y reí con todas las variantes de nuestro idioma. Allí estaba un cuento que no nos habían echado. No es menos descubrir esa riqueza a la de cualquier otro idioma. Nueva York, sabemos, es una ciudad cada vez más latina. Como sea que eso se diga.

 

 

* Las ilustraciones que acompañan esta entrevista fueron realizadas por Luis Aparicio, también conocido como Luispa, diseñador gráfico y director de arte independiente residenciado en Brooklyn, Nueva York, que se especializa en el diseño de marcas, impresos e ilustración. 

 

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