«Olivia en los suburbios»

Algunos textos literarios permiten la confusión entre autobiografía y ficción. Y en el caso del género poético, la confusión de la voz que habla en el poema y las propias circunstancias de quien escribe. Esto, lo sabemos, no es nuevo, y tampoco se pretende ofrecer como novedad lo que ya es de dominio público. Si el engaño es un acervo universal; si todos, alguna vez, hemos mentido, ¿no pueden mentir los escritores, esos expertos en estilizar la mentira?

Los poetas, desde luego, también mienten (ya lo dijo el ilustrado griego, en el debatido capítulo X de la República), pero sus creaciones no entran en esa moral del comportamiento sino en el territorio de la cultura. La creación es verídica, pues es cierta si los personajes son verosímiles o si los versos recrean (o crean) un escenario para la contemplación artística.  Es un logro del poeta y del lector que sabe leer esa mentira que pasa por la filtración de la escritura. Esto sucede, es presumible, porque se ha logrado leer como si estuviésemos más cerca de la realidad del poema. Allí seríamos los testigos, o copartícipes, de la experiencia del autor.

Trato de trasferir estas primeras impresiones a la lectura que he hecho de Olivia en los suburbios, del poeta chileno Marcelo Rioseco. Si nos atenemos a las coincidencias territoriales del libro y del poeta, se puede deducir que se trata del registro de un “hombre de ciudad”. Esto puede ser posible, aunque con otros componentes que niegan este planteamiento. Pongamos un ejemplo: la ciudad (o el estado homónimo) donde trabaja Rioseco y la ciudad con el mismo nombre que en repetidas oportunidades aparece en este libro: Oklahoma. Se podría decir: son dos ciudades, la que se ubica en el mapa norteamericano y la que está en no pocos poemas del libro. Es y no es Oklahoma. Allí tenemos una necesaria contradicción.   

En este libro la voz poética es un personaje que se desdobla. Pudiera ser Marcelo Rioseco, el otro borgiano (el tigre de la mente que escribe por Marcelo; el negro, portento afrodescendiente y esclavizado que escribe para el colombiano Rómulo Bustos Aguirre…), que ha elegido tener los mismos gustos y hasta las mismas anécdotas de vida. Como buen escritor latinoamericano, como lector que es de la literatura latinoamericana, este libro es un libro vallejiano, mistraliano, parriano, borgiano, altazoriano y nerudiano. No porque pretenda inscribirse en una línea de legibilidad continental de la poesía en español, sino porque hay marcas que nos persiguen, rasgos comunes, aunque el autor apele al palimpsesto.

Olivia en los suburbios es un libro de un poeta y de un profesor universitario en Estados Unidos, y como tal, no es inmune a los grandes temas de la tradición de su país, Chile, y de los programas de estudios de las universidades que enseñan literatura escrita en lengua castellana. Tampoco podemos olvidar el peso creativo, y muchas veces dominador, de las voces poéticas anglosajonas e incluso dramáticas europeas (Olga Leonardovna Knippen). Tan presentes Raúl Zurita o Gioconda Belli, como Mark Strand o Adam Zagajewski. En esta instancia se reencuentran lo que hemos denominado “autobiografía” y los referentes que se citan en los epígrafes y en el mismo cuerpo del texto. De esta manera, ambas vías —la del personaje-autor y la de los escritores leídos— siguen un camino común. Olivia en los suburbios es una propuesta en la cual se hace evidente la propia cultura del poeta Marcelo Rioseco. Una cultura, la suya, de perfil universitario e intelectual, aclimatada y no totalmente asimilada a los hábitos del norte. Sus temas, no podría ser de otro modo, son fronterizos, transnacionales. Lo que tenemos entre manos es un libro de la madurez, que ofrece una distancia crítica para la enumeración contenida: una enfática autocrítica de su “realidad material y cultural circundante”, como lo llama Micaela Paredes Barraza.    

Quiero hacer énfasis en uno de los rasgos que más destaco en esta obra: la conciencia de los finales. Rioseco sabe dónde debe o debería terminar el poema. Esto parece obvio, pero a veces no se tiene consciencia del término: hay poemas que no se cierran o que ciertos autores cierran “dos veces”. En estos casos, encontramos versos subrayables: “Ya habrá tiempo para recordar lo que hicimos/y comprobar si logramos que nuestro nombre/fuera algo más que letras blanqueadas por el sol”.

Pocos entusiasmos veo en Olivia en los suburbios. No se trata de un punto en su contra: de antemano se plantea que aquí no se celebra de modo convencional. No se viven los paisajes, se evocan. Ya no están las personas o los lugares “en tiempo real”, se “vivieron” hace muchos años y ahora somos testigos de lo ocurrido (o recordado): Rioseco lo rescata para nosotros de la mano de la nostalgia, ese caballo rojo (¿acaso mediante una desesperanza moderada?). Se puede percibir a un niño que va a un colegio católico, la presencia reiterada de la figura paterna (la sanguínea y la sacerdotal), las amistades con nombres propios y amores que prefieren omitirse, carreteras chilenas y norteamericanas, iglesias, restaurantes, hoteles, experiencias en un campus universitario. La nostalgia necesita ser narrada: los espacios convencionales del verso (la línea) requieren de una sintaxis extendida, que piense un poco más en el aliento y no en los límites. Es uno de sus recursos: para él, una estrofa es un enunciado de cuatro líneas, es decir, un versículo. Los poemas siempre parecen contar algo, una historia que deja de pensar en la metáfora o que la piensa de otro modo. Dejar de ser algo para afirmarse más.

Hace poco leía —o más bien releía— el discurso que Wislawa Szymborska pronunció durante la recepción del Nobel. Es una poeta que seguramente hubiese citado Rioseco en este libro, pero no lo hace. Recuerdo a la gran polaca porque ella se centra en la circunstancia actual del poeta moderno y su recogimiento, su falta de asideros para el oficio (“El poeta contemporáneo es escéptico y desconfía incluso —o más bien sobre todo— de sí mismo”). En otras palabras, en los pocos escenarios con que cuenta el creador del siglo XX, más allá de las fugaces y en algunos casos ficticias apariciones en festivales internacionales (hoy lo llamaríamos “presencias virtuales”). Esto es lo que percibo en Olivia en los suburbios, en la voz que habla, ese personaje que descree de ciertas zonas de lo humano para resguardarse en la confianza del animal domesticado. Pero no todo se resume en lamentaciones y balances de las pérdidas: cuando el autor se propone nombrar la esperanza, los resultados tienen un considerable alcance: “Hay en el mundo algo parecido a un milagro:/ una puerta que se abre justo cuando antes/ (en ese mismo lugar) no había ninguna puerta”.

****

CÁSCARAS SECAS LANZADAS AL RÍO

But no one will find you here, no one.
You will have changed before the poem will.
Donald Justice

Tendrías que haber sabido que un día
ya no quedarían más caminos que recorrer
y que todos los rostros y todos los nombres
se olvidarían para siempre.
Tendríamos que haber advertido lo que vendría.
Hemos girado sobre nuestras propias huellas
y al darnos vuelta no encontramos
sino el rostro de la madre muerta
cuyo amor ahora reposa bajo la tierra.

Tendríamos que haber abandonado a tiempo
esos viejos colegios provincianos
donde en invierno nos aburrimos
mientras soñábamos con series de TV en inglés.
Tendríamos que haber visitado al abuelo más a menudo
o elevado en el cielo coloridos volantines de papel.
Tendríamos que haber borrado las huellas del futuro
y haber decidido que lo más seguro sería siempre
regresar a esta ciudad de casas viejas y mal decoradas
donde todos conocían el nombre de nuestros padres.
Pero no se nos ocurrió pensar que las horas
serían como cáscaras secas lanzadas al río
y que alguien nos despojaría de nuestro nombre
cuando en las tardes ya no hubiera nada que hacer.

Pero ahora hemos regresado para morir en esta ciudad
y los muertos que siempre me acompañan
se han sentado conmigo alrededor de una mesa
donde solo hay platos de comida a medio terminar.
Ya no podemos escabullirnos como si nada;
el amor está sepultado bajo tierra
como una madre vacía en cuyo vientre mueren
continuamente las semillas de papá.

ESCORPIONES NEGROS

El que busca la verdad
no se conforma
con los elaborados espejismos
con los cuales
tratamos de resistir
cuando tenemos
el agua hasta el cuello.
El que busca la verdad
no se limita al aire
enrarecido de su propia jaula
sino que además desea
perturbar la paz de los inocentes,
allanar el sueño de los mansos
con su desasosiego
y su falsa intranquilidad.
El que busca la verdad
no sabe nada:
no hay ninguna verdad
como no hay ningún dios.
Hay traidores
y peligrosos entusiastas,
insanas ambiciones,
padres de familia
en pequeñas casas de cartón.
Alguien entonces
pasa de largo y sonríe.

DEMASIADO TIEMPO

Para Álvaro Durán

Tienes razón:
lo mejor siempre está ausente
y la vida debe vivirse
como si en verdad ocurriera,
sin fatigarse demasiado;
si es posible
con cierta alegría.
Bien lo sabes––
nadie ha sido
naturalmente infeliz.
Demasiado tiempo
se pasa en un mismo lugar
perseverando en contra,
enamorado de una soledad
que no es tuya ni mía ni de nadie.
Pero quizás para eso sean
estos días sin sosiego;
para caminar sin ser visto
cuando los árboles recién florecen
y aprender un idioma
que ya no nos servirá de nada.
También podemos soñar
con los amigos muertos
y saludarlos cuando los vemos pasar
bajo un sol que se deshoja
morosamente
como un niño aprendiendo a llorar.
Tienes razón, la vida debe vivirse
como si en verdad ocurriera––
en las ciudades se apagan las luces
y los niños olvidan las estaciones.

OKLAHOMA CITY

En Oklahoma City los inmigrantes ilegales
hablan en latín y discuten del alza de la gasolina
en la lengua de Séneca o con el verso de Ovidio.
Los mexicanos leen la Summa Teológica
mientras los guatemaltecos
después del trabajo estudian griego
y más de uno lee al almuerzo
una mala traducción de Lucrecio.
Son inmigrantes y hablan español,
pero adoran la música de los poetas irlandeses
cuyos dioses son una tropa de borrachos
productores de cerveza.
En Oklahoma leemos con ellos
poemas detestables
que nosotros mismos traducimos.
En Oklahoma City
no tenemos problemas de comunicación,
aquí, hasta el más perro habla siete idiomas,
como la migra y sus interrogatorios en la frontera,
como la policía del condado y sus animales de captura.

UN TRAPO SUCIO DE ALGODÓN

Intenta alabar al mundo herido.
Adam Zagajewski

“Intenta alabar al mundo herido”,
la gruesa espuma del vino rojo,
sangre de los poetas vivos y muertos,
los tediosos viajes y los libros leídos,
el sexo que alguna vez fue
como una estrella lanzada al vacío.
Intenta alabar al mundo herido,
oscuro y ansioso, sin significación ninguna,
como tú y yo, en las eternas ciudades
y sus cementerios de polvo blanco.
Intenta alabar al mundo herido
porque todo mundo es ajeno
y ya no vives en tu país ni en ningún otro.
No hay recuerdos limpios o claros
porque ahora la memoria
es como un sucio trapo de algodón
con el cual ya no puedes lavarte las manos.
Intenta alabar al mundo herido
y esconder la herida con la cual amas y odias,
al mundo, a los rebeldes gestos de la juventud,
a ti y a mí, pasto indócil con el cual cubrimos
sin alegría los cementerios con un falso fulgor.

CIEGO SOL, FRÍO Y ANÓNIMO

There was only beauty, peace,
and the grandeur of death.

Olga Leonardovna Knipper

Las espigas florecen en los pequeños pueblos de América
salpicados estos con esos delicados y ásperos cuerpos dorados.
El sol asciende y brilla como un vehemente fósforo maligno
mientras caminamos por calles desiertas sin saber
cómo ha podido existir el amor en un lugar como este.
Y ha existido y de él han emergido familias enteras,
interminables niños alborozados y maravillosos
cuya salud es joven como estos campos dorados por el sol;
pero, ha sido este también un largo e impúdico sueño
donde los otros, los malamente arrinconados
han aprendido una sola cosa: la belleza de este lugar
los ha despojado de todo, y lo ha hecho
bajo un ciego sol, frío y anónimo, lejos del mundo
y el verdadero amor. Al despertar, sin embargo,
cuando ya se dejaban llevar por una sorda desesperación,
en esos cuartos vacíos con sucias bandejas de aluminio
y viejas revistas para aficionados a las armas,
alguien pensaba que no había más opción que reventar
antes, por supuesto, de que el sol los achicharrara sin piedad
pues piedad aquí no hubo nunca ninguna.

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